De repente, uno de esos días que andaba por el centro, pasé por la famosa Tienda de Don Bermúdez y quedé espantado. Nunca me aferré a ninguna escuela, pero mis hermanos y yo siempre conocimos ese famoso lugar, base estudiantil de los que estudiamos por esa parte de la ciudad. El nombre de la tienda obviamente se llamaba “Bermúdez”.
Vi el sitio y estaba abandonado. No había nada de lo que antes estuvo. El lugar carecía del anuncio de General Popo que por años estuvo ahí, así como del auto que supuestamente era del vetusto señor. Cuántas historias pasaron en los muros de ese local. Las paredes, con la pintura cayéndose, estuvieron atestadas de curiosas dedicatorias al 10 de mayo, al día del padre, hasta unos dirigidos a la familia de muchos desconocidos. En esta ocasión, por primera vez desde la Revolución Mexicana, el changarro estaba limpio y pintado.
Cuánta nostalgia. Era interesante ir. Con sus futbolitos oxidados (se rumora que no los habían cambiado desde la Guerra de las Malvinas entre Inglaterra y Argentina), ni signos de sus planillas plagadas de polvo.
Ahí estuve para “hacer bola” cuando estaban a punto de partírsela a un amigo. En ese lugar fumé mi primer cigarrillo. Me reencontré con viejos amigos. Ahí me volví casi invencible en el futbolito (los reto), sin que nadie pudiera vulnerar la portería que defendía.
Generaciones de chavos y chavas, niños y pulgas, mamás yucas, vagos y huiras se reunían ahí para matar el tiempo.
No había rastros de Don Bermúdez. Ese viejo malencarado que te vendía cigarros cuando todavía eras un menor de edad, aún cuando ya existía una ley muy estricta al respecto. Que a regañadientes te daba el cerillo para que fumaras tu tabaco. El único que por esos rumbos desde las 6 de la mañana te vendía una planilla, cartulina o cualquier útil escolar que necesitaras con urgencia. El que te vendía jugos y aguas frizzy (que por cierto, sabían a metal). El que tenía bancas de madera más viejas que La Constitución Mexicana. Del que alguna vez escuché críticas por parte de Doña Mercy, la señora que a unos metros tenía su negocio, era su competencia y que nunca lo soportó.
¿Qué habrá sido de Don Bermúdez? No lo sé. Lo cierto es que su tienda fue la neta.
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