"Una caridá...una caridá...", es una de las expresiones más recurrentes que uno suele escuchar en los centros urbanos de las ciudades. Así, podemos observar a personas con capacidades diferentes, señoras con hijos y personal de numerosas sectas, andan en la calle pidiendo lo que se conoce como "caridad". Al igual que los clásicos teporochos que pululan por doquier, mi animadversión por estos individuos ha ido creciendo con el paso de los años. Se me podría acusar de amargado, de "mala gente" por no querer otorgarle dinero a los más "necesitados". Sin embargo, yo ayudo a las personas cuando realmente quiero ayudarlas, no necesito regalarle unas monedas a un desconocido para sentirme bien.
Mencionaba lo anterior porque apenas ayer recordaba lo que me pasó hace algunos meses. Estaba terminando de almorzar en mi consabido hogar cuando sonó el timbre. No era el cartero. Tampoco algún vendedor. Era el clásico fulano que promocionaba el albergue del "Prefecto Prepucio" (no era el verdadero nombre, es un decir). El tipo empezó a echar su rollo de superación de Drogas y decir que mucha gente se había rehabilitado en aquel sitio. Para no hacer el cuento largo, me pidió su colaboración para comprar chocolates que él vende para el sostenimiento del albergue. Yo, sin ganas de ir a buscar el dinero y sí con ánimos de terminar mi comida, le dije de la manera más interesada posible que me diera un folleto o algo para que los ayudara en alguna ocasión.
Entonces, el rehabilitado (aunque no del cerebro), me dijo enfurecidamente:
-¿Ayudar de qué?-
Respondí:
-En...
Sin dejarme terminar, el individuo volvió a proferir:
-¿Ayudar de qué?
Inmediatamente preferí no decir palabra alguna, a riesgo de iniciar discutiendo con el enviado del albergue prepuciano. Desde entonces, reafirmé mi pensamiento de no otorgar "caridad".
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1 comentario:
una monedita joven?
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